Un día el pastor Kaldi notó que sus ovejas estaban excitadas: habían comido las bayas de cierto arbusto. Intrigado, recogió del suelo algunas de esas bayas y las llevó a un convento cercano. Los monjes, al tomarlas como obra del demonio, las echaron al fuego y enseguida un delicioso aroma se difundió por el aire. Las bayas, salvadas de la destrucción, dieron origen a la bebida que acabaría siendo considerada un don de Dios, porque ayudaba a los monjes a permanecer despiertos durante las largas noches de oración. No se conoce de qué forma aquellos monjes preparaban el café, pero sí sabemos que todos los métodos de preparación deben tener en cuenta la temperatura del agua, la presión, y el tiempo de contacto entre el café y el agua.
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